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lunes, enero 16, 2006

Billar cósmico 

La verdad es que el billar es un juego que me genera sentimientos encontrados.

Es decir, ofrece una promesa de exactitud y de recompensa a la habilidad: Las Leyes de Newton son inexorables, la correcta cantidad de fuerza, el cálculo del rozamiento y el ángulo correcto te garantizan el éxito. Matemática pura.

Por el contrario, lograr ese grado de precisión teórica es realmente complicado, lo que lo convierte en un juego; Tu tienes una idea de lo que puede pasar, basada en tu intuición y tu ciencia, y a veces sale, y a veces, te comes los mocos.

Ahora imaginemos que jugamos con otras personas, y que cada uno tiene una bola que le representa a el en la mesa: Tu actitud, tus hechos, tus interacciones, casi siempre son previsibles. Rebote a banda corta, toca la roja y carambola. Todo el mundo tiene una idea aproximada de la gente que tiene a su alrededor y de los posibles rebotes.

Esta está mamada. Observad, nenes...

Pero no siempre es así. Los factores incontrolables que nos impiden jugar con la precisión que nos gustaría en el juego real, se multiplican por mil cuando juegas con personas. La mayor parte de las veces, tu conocimiento de la naturaleza, el material y las relaciones de las bolas entre sí y con el tapete en el que estas jugando, es muy inferior al que crees.

Tu lanzas tu bola, inocentemente, sobre el tapete. De manera casi, casi juguetona. Carambola fácil, no tiene complicación. Jugada trivial.

Y entonces se desata toda una serie de reacciones inesperadas.

Los rebotes se multiplican ad infinitum, y las bolas chascan entre si con ruido seco, describiendo trayectorias no previstas. A partir de la segunda carambola, ya todas las bolas van donde les sale de los huevos y tu te quedas con el taco en la mano, flipando.

Por un lado es agradable comprobar que siempre hay sorpresas en la vida y que ésta no es una rutina predecible, sean éstas sorpresas agradables o desagradables. Por otro lado, te reafirma en la idea de que es muy, muy presuntuoso pensar que lo sabes todo de alguien. O incluso pensar que conoces a nadie aunque sea un poquito.

Pero la sensación de quedarte con el taco en la mano pensando "La hostia, la que he montado..." es realmente embarazosa. Dan ganas de irse por un lateral del billar e intentar escurrir el bulto y esperar a que te toque de nuevo tu turno. Muchas veces es lo más sencillo, e incluso lo más inteligente.

Pero no, yo tengo que parar el juego e intentar explicar que era lo que pensaba hacer, porqué pensaba que la bola iría a la derecha y porqué no conté con esa muesca que tiene el tapete. Necesito hacerme entender por el resto de los jugadores sobre cual era mi estrategia y que alguien me explique por qué cojones el paño tiene un siete.

Por lo general, nunca arreglo nada y solo genero más ruido, porque la gente lo que quiere es seguir jugando, pero mi karma queda completamente desequilibrado hasta que me hago la ilusión de que las cosas tienen un poco de sentido común y que el resto de los jugadores tienen una idea más o menos clara de porqué hago las cosas.

En ocasiones me entran ganas de demandar a mi madre por parirme como me ha parido.

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